A mediados del 2007 se montó una exposición de pinturas del artista salvadoreño Salvador Llort. Los cuadros en la exposición abarcaban gran parte de su vida, incluso desde que era muy pequeño y juguetón. La Sala Nacional de Exposiciones, si recuerdan, está situada a un costado del Parque Cuscatlán, ese enorme espacio que alberga algunas manzanas de vegetación, vestigio importante de cuando en El Salvador, se planificaba urbanísticamente.
Pues estábamos junto a mi compañero de Suplementos, esperando poder tomar fotos de la exposición, cuando entraron estos chiquitines que seguramente habían estado tragando polvo y humo en alguna parte del parque. Venían con su pelota, un poco sudados y luciendo una traslúcida capa de esa tierrita que uno coge cuando juega fút en un lugar como el que les mencionaba.
Venían de la Tutunichapa, esa comunidad donde muchos no piensan ir núnca en su vida y algunos ni siquiera saben que existe. Ellos si la conocen a lo largo y ancho. Nacieron en medio de cateos policiales, y crecieron haciendo malabares para no tener nada que ver con los malandros que pululan por el sector.
El más pequeño habrá tenido uno 8 años. No hablaba mucho, pero abría los ojos como dos pepas relucientes. Seguramente núnca había entrado a ese pequeño cuartito que se escondé a un lado de donde juegan fútbol religiosamente. El más grandecito, las hacía de guía. "A mí el que me gusta es este", les decía a los demás que lo acompañaban, mientras escuchaban otras explicaciones de ese perito de la plástica.
Lo que me llamó la atención, fue precisamente esa molestia que estos pequeños tuvieron para concocer uno de los espacios culturales con los que cuenta la capital, dejando de lado aún ese máscón tán importante de todos los días por la tarde.
Otros desentendidos en el resto del país, deberán esperar a llegar al bachillerato o la universidad, para que alguno de los estrictos profesores, les obliguen a entregar algún informe para alguna evaluación de cátedra que les asignará. Aún así entrarán por las puertas de la Sala a regañadientes y desearán nunca más volver a ese lugar.
Mejor aún, porque así le permitirán a estos entusiastas de los partidos de fútbol empolvados, poder regresar muchas veces más a contemplar por horas esos cuadros que nos relatan la pasión y dedicación que sus autores debieron impregnarles cuando las crearon. Estos mocosos son lo que consumen arte hoy y lo seguirán haciendo mañana.
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