lunes, 21 de septiembre de 2015

Primero ofrezco una disculpa por no haber podido subir posteos desde hace ya casi dos años.
Prometo intentar hacerlo con más frecuencia.

Hoy lo que les comentaré es un hecho "gracioso" que me pasó ayer en un supermercado de nuestra capital.

Como casi nunca hacemos visitas expres a los supermercados, a menos que sea muy necesario, como la de anoche, pasamos por uno que queda cerca de nuestra casa.
La lista incluía primordialmente palillos de dientes (mondadientes) y yogur.
Iniciamos el recorrido y como no tomé ninguna canastilla para colocar dos diminutas cajitas de los mencionados palillos, fuí por una.

Detesto que los discretos guardias me sigan pensando que me voy a salir del lugar y llegarme algo. Sin embargo, antes de llegar a mi destino, me encontré con un compañero de la universidad, con quien me quedé platicando un rato.

Xucit, mi esposa, solo me veía de reojo, mientras se dirigía hacia el área de refrigerados. La plática se alargó y cada vez que me acercaba a las canastillas, pasaba un empleado del establecimiento con un walkie talkie y nos lanzaba una mirada de escaneo de pies a cabeza. Más alejado, un guardia armado se paseaba por el ingreso.

Terminamos la conversación y cuando me pude hacer de mi canastilla, la pasadera del tipo con el intercomunicador cesó.

Ahora, ya habíamos agregado unas salchichas y pan al cesto y tocó hacer cola para el despacho.
Parece ser que el estereotipo de la cajera amable no siempre está en modo "on" y para cuando nos tocó a nosotros, no escuchamos ni pepa de la señora.

-"Pérese que se ha trabado" (lo que en mi dialecto local significa en español: Esperese un momento amable señor, mi terminal se ha quedado atascada. Déme un minuto mientras pasa el inconveniente).
Esperamos un tan solo minuto y al camino.

Bip, bip, bip y como no soy de los clientes que les indigna embolsar la compra, comencé a hacerlo:
-El pan con los palillos juntos; salchichas y escabeches también, yogur y otros productos húmedos también.

El chiste fue que la amable señora de la caja, que también administra las bolsas plásticas se me quedó viendo como si además de "intentar robarme" los palillos del principio, me quería llebar a casa, mi cargamento de 50 unidades plásticas de supermercado. Las tomó, las hizo un rollito y las puso bajo el mostrador.

A ese punto la indignación no me cabía por ningún lugar, pero curiosamente, en lugar de hastiarme, se me salió una risita. Mi cómplice en el "atraco" también se mordió la lengua por no soltar la carcajada.

Cuando salimos estallamos en risas, por no llorar. Nos calmamos y nos fuimos en el carro.

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